Pocos lo saben, pero antes de Juan Salvo estuvieron el Conejo Amapola, el Hada Otoño, Parmesano y Gorgonzola, el ogro Rompococo y hasta la Bruja Cachavacha. Es que el autor de El Eternauta se inició en el mercado editorial argentino –cuando era enorme y popular, por los años ’50– escribiendo cuentos para chicos. Primero fue un hobby, luego un trabajo que redondeaba su sueldo como geólogo en el laboratorio de minería del Banco de Crédito Industrial de la Argentina. Cuentos sencillos y tiernos, desbordantes de imaginación. Desde trabajos para editoriales como Abril o Codex hasta la revista Gatito del mítico Boris Spivacow, pasando por los ubicuos cuentos Mis animalitos de Sigmar, Oesterheld estuvo presente, de forma casi inadvertida, en la niñez de varias generaciones. Ahora llegó el momento de hacerle justicia: con la aprobación de sus herederos, la flamante editorial Planta acaba de publicar. Eran tres amigos, un libro originalmente firmado como Héctor Sánchez Puyol, el seudónimo que usaba Héctor Germán Oesterheld cuando escribía para chicos.
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El país de la infancia
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