Manu Larcenet nos sorprende con el cuarto libro de Los Combates Cotidianos: Clavar Clavos.
El libro cierra con brillantez y coherencia la serie, atando los flecos que iba dejando sueltos en las anteriores entregas. El juego del costumbrismo que fue virando hacia la introspección personal y a una interesante propuesta de reflexión en paralelo de pasado y presente, representado por la memoria del padre del protagonista y sus problemas para asumir la responsabilidad de la paternidad, llega ahora a un punto de inflexión en cierta medida sorprendente, pero lleno de coherencia y realidad. Es, quizás, un final agrio pese a su aparente felicidad: en el fondo, Larcenet nos manda un mensaje de cierto pesimismo conformista, egoísta, que defiende la felicidad como un terreno personal y cercano, que sólo se puede alcanzar en asepsia total de las influencias del exterior.
A lo largo de 64 páginas el autor vuelve a demostrar el buen pulso para administrar silencios y que donde mejor se defiende es en las escenas silenciosas, en largas secuencias mudas donde se cuenta muchísimo más que en los extensos diálogos que jalonan la obra. Diálogos que pueden ser calificados de artificiales, es cierto, pero que forman parte del juego planteado por el autor, que necesita de esos diálogos para expresar su discurso particular.
Hay, en ese sentido, una cierta teatralidad (que no impostura o falsedad) que tiene sentido dentro de la propuesta que se presenta al lector, no como una invitación a la reflexión, sino como un ensayo personal sobre la madurez donde no importa la respuesta de la otra parte. Una especie de exorcismo personal, de autocatarsis, que gana fuerza en ese regusto amargo que encontramos al final de la lectura.
Visto primero en: La Cárcel de Papel
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