La gracia impresa
Hace 110 años, el sábado 8 de octubre de 1898, salía a las calles de Buenos Aires el primer ejemplar de Caras y Caretas . Su fundador, Eustaquio Pellicer, nunca imaginó que la revista se convertiría en un ícono del periodismo gráfico y, menos aún, en uno de los símbolos característicos de una época en la vida del país.
Pellicer fue uno de los cientos de miles de inmigrantes que desembarcaron en estas costas atraídos por los progresos asombrosos de los países del Plata. Pero, al igual que otros buscavidas y emprendedores, debió pasar largos años luchando a brazo partido con la suerte, lanzándose a empresas arriesgadas, pasando mil ansiedades y afanes antes de que las cosas empezaran a salirle bien.
Llegó a Montevideo en 1886 con un pequeño capital, pero fracasó en su primer negocio. Comenzó a abrirse camino como reportero escribiendo gacetillas para distintos diarios e intentó incluso editar un periódico propio llamado Pellicerina , pero debió cerrarlo por el peso de las deudas. Su siguiente intento, una revista semanal a la que llamó Caras y Caretas , tuvo inicialmente éxito, pero sucumbió luego ante la crisis económica en el país vecino.
Pellicer, al igual que otros amigos españoles, quería venir a Buenos Aires. Tenía la ilusión de poder algún día editar Caras y Caretas en un escenario más amplio, en un mercado más exigente y competitivo como el porteño. Pero debió esperar, hasta que Bartolito Mitre lo invitó a trabajar en el diario LA NACION.
Buenos Aires iba camino de convertirse en una gran urbe. Los triunfos de los productores agropecuarios y el crecimiento del país daban lugar a un optimismo y a un clima de ideas del que surgían las más ambiciosas imágenes de la Argentina futura. El país parecía encaminarse a un destino de grandeza.
Pellicer llegó aquí en 1892, y durante los tres años siguientes recorrió el país como reportero, al ocuparse de algunos casos que tuvieron gran repercusión. En 1895, fue designado corresponsal del diario en Madrid. Estuvo allí dos años, pero esa vida suave y cómoda no era la que más se adecuaba a su corazón inquieto. Quería volver.
Desobedeciendo las órdenes de sus superiores, volvió a Buenos Aires y fue separado del periódico. Mantuvo, sin embargo, su amistad con Bartolito, con quien fundó una pequeña imprenta que no prosperó. También había comprado, en Francia, una máquina proyectora de cine y, asociado con amigos españoles, montó, en el teatro Odeón, la primera exhibición de películas que se verían en el país. Lejos estaba de imaginar el desarrollo que alcanzaría el cine con el paso del tiempo.
En el verano siguiente, editó un pequeño diario en Mar del Plata y a su regreso debió viajar a Uruguay, donde vivió tres meses recorriendo los campos orientales como corresponsal en la guerra civil. Pero, mientras tanto, seguía madurando en su mente la idea de una revista semanal que ofreciera lo que el diario en ese momento no estaba en condiciones de brindar al público: el aspecto gráfico de la actualidad.
Quería que su publicación alcanzara al gran público, a un vasto número de lectores. Esto significaba que debía hablar el lenguaje del hombre común, del hombre de la calle, no el de la elite. Además, debía ofrecer un tono ligero, afín a las nuevas modas, con el estilo de libertad y tolerancia que estaba invadiendo Buenos Aires.
Resuelto a lanzarse a una nueva aventura, que a muchos parecía descabellada, se asoció con su amigo Bartolito y luego con José Sixto Alvarez ("Fray Mocho"). Así nació Caras y Caretas .
Con un comienzo muy modesto, y después de superar algunas dificultades que implicaron dos postergaciones en su lanzamiento, la revista se agotó con una primera tirada de 10.000 ejemplares. Una segunda edición de 5000 ejemplares también se vendió en su totalidad. Las cartas llovieron sobre la redacción. "¿Que si estamos satisfechos del éxito? -decía Pellicer- Más que satisfechos, asombrados".
Caras y Caretas alcanzó en poco tiempo una inmensa popularidad, a lo largo y a lo ancho del país, penetrando en el alma de todas las clases sociales con las famosas caricaturas de Cao y Mayol, las pinceladas costumbristas de "Fray Mocho" y los divertidos editoriales de Pellicer. Todos ellos retrataron, con singular frescura, los diferentes tipos humanos que conformaban la fauna porteña y, con envidiable humor, el hervidero social de una ciudad que crecía desordenadamente por la llegada de extranjeros de toda laya, que traían los modismos y los hábitos de sus países de origen.
¡Llego el Caricareta ! ¡Llego el Caricareta ! -voceaban los diarieros. En el campo, en los almacenes de ramos generales, " Caricareta " se despachaba junto con el azúcar y la yerba, y los paisanos la llevaban para divertirse con las caricaturas, cuyas sutilezas captaban, aunque no supieran leer ni escribir.
Sus páginas cruzaban cuentos y poesías, crónicas deportivas y policiales y, con el tiempo, fue incorporando una gran variedad de géneros y de estilos, para llegar a los lectores del interior del país y abrir mercados entre los países de habla hispana. Pero, sin duda, lo que caracterizaba a la revista era el humor: su contenido rezumaba un talento especial para el chiste y para la ocurrencia graciosa.
Hasta ese momento, en el Río de la Plata sólo leía una minoría, una elite ilustrada. Las revistas estaban dirigidas a un público tan restringido que los editores no lograban autofinanciarse para poder sostenerse en el mercado. Pero la educación básica y la alfabetización se extendían rápidamente y, poco a poco, empezaron a crearse productos orientados hacia un público más vasto. El diario LA NACION, por ejemplo, editó por esos años una colección de libros de bolsillo a precios económicos, para acercar las grandes creaciones literarias a los lectores populares. Caras y Caretas fue la primera revista que, por su precio y por el tono de su lenguaje, estaba orientada a ese público amplio y heterogéneo, la enorme y lucrativa audiencia formada por las capas medias criollas o inmigratorias que, gracias al progreso económico y a la educación, aspiraban a conquistar nuevas posiciones sociales.
Los primeros e ingenuos esfuerzos de los fundadores fueron el puntapié inicial de una empresa que adquirió dimensiones inesperadas. La publicación creció y, en los años siguientes, llegó a vender 100.000 ejemplares por semana, cuando en la Argentina vivían tan sólo cinco millones de habitantes.
La Argentina de 1910 difería bastante de la del año 1892, cuando Pellicer llegó por primera vez a Buenos Aires. Los extranjeros que visitaron la ciudad, con motivo de las celebraciones por el centenario de la revolución de Mayo, conocieron una gran urbe, animada, ruidosa, de movimiento febril y de aspecto muy europeo. Se vivía en el país una sensación de plenitud y de confianza en el porvenir, sustentada en el progreso económico. "The great argentine boom", el gran boom argentino, decía un visitante inglés.
Pellicer había cumplido cincuenta años y era un hombre de fortuna. Gozaba del prestigio ganado como creador de las dos revistas más populares de los últimos años -pues después de Caras y Caretas había fundado PBT , que tuvo tanto éxito como la anterior-, y una vida plácida coronaba sus esfuerzos. Le gustaba recorrer las calles de Buenos Aires y recibía con orgullo el saludo de personas que quince años antes hubieran ignorado su existencia. Como decían los españoles de aquel tiempo: "Había hecho la América".
Pasaron más años. Cuando Pellicer falleció, en 1937, Buenos Aires conservaba pocos rastros de la vida del siglo anterior. Su retrato, en las notas necrológicas que daban cuenta de su muerte, era el de una figura remota, perdida en la vorágine de la gran ciudad. Su nombre ya había quedado como sepultado bajo una nueva avalancha de tinta y de papel, al igual que el de otros periodistas y poetas, creadores de obras festejadas y aplaudidas por sus contemporáneos, pero hundidas en el tiempo y en el pasar de los hombres.
El nombre de Caras y Caretas , en cambio, vive en la memoria de los argentinos, pero convertido en un mito que ha envuelto a la realidad. Con el paso inexorable del tiempo, ha entrado en la leyenda, incorporada al acervo popular como el símbolo de una época opulenta, de una etapa dorada en la vida de un país orgulloso que miraba con optimismo el futuro.
Nota: gracias a todos los que me avisaron de esta nota
Nando Cartoonista en Technorati
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