Walt Disney, un genio, puso gracia y colorismo al cine de animación. Egocéntrico, paternal, duro, revolucionó el género con un ratón con tres dedos. Nada hubiera sido igual de no haber reunido a un equipo portentoso. Conocidos como los 'Nueve Hombres Viejos' -así los bautizó el propio Disney, embromando la definición que el presidente Roosevelt hizo de los miembros del Tribunal Supremo- soportaron las idiosincracias del patrón, crecieron bajo su tutela y cimentaron los dibujos animados en Hollywood.
El último de los Nueve, Ollie Johnston, ha fallecido el 14 de abril a los 95 años. Había trabajado para la factoría Disney durante más de cuatro décadas. Sus colaboraciones, indisimulado choque de trenes, fueron siempre inesperadas y bellísimas.
Gracias al mecenazgo de Disney, Johnston participó en clásicos como 'Blanca Nieves y los siete enanitos', ''Bambi', Pinocho', 'Peter Pan' y 'El libro de la selva'. Sólo por esa última ya merece un hueco de honor en la historia del cine. Dos continentes diversos, la flema de Kipling y el dadaísmo involuntariamente kistch de Los Angeles, bulleron en los tinteros del estudio y el resultado pasma: en la recién aparecida edición especial de 'El libro de la selva', el niño lobo, la pantera oscura y el oso más guasón, los monos chiflados y la pitón reticulada de ojos espídicos explotan con deslumbrante poderío, haciendo inútil la moderna certidumbre de que en los mejores ejemplos del cómic y la animación late el pálpito del arte mayúsculo. Hace medio siglo, con menos ínfulas, aquellos tipos obraron milagros, pero la orientación supuestamente infantil de la película y la arrogancia intelectual de quienes sólo concedían bulas a los creadores más sesudos eclipsó su grandeza.
Tampoco es que a Johnston, profesional al viejo estilo, le importaran demasiado los parabienes críticos. Creía en lo suyo y sabía que, junto a Disney, caligrafiaba un seísmo cinematográfico. Hogueras de selva, música y dinamita triunfaban en sus obras a despecho de cualquier orientación ideológica previamente acordada en el guión: ejemplo supremo de la superioridad artística frente al panfleto.
Nacido en Palo Alto (California) en 1912, Johnston supo muy pronto que lo suyo eran los lapiceros, la tinta china y los borrones sobre el folio. Cuenta 'Los Angeles Times' que en el Instituto de Arte Chouinart de la ciudad su talento disparatado concitó la atención general y un año antes de terminar sus estudios ya estaba en nómina de Disney.
De 1946 a 1978 colaboró en cientos de proyectos nacidos en la factoría. Mucho después de retirarse, en 2005, fue el primer dibujante de animación en recibir la Medalla Nacional de las Artes. Ahora que Disney vive remozada gracias a su fusión con Pixar, los nuevos leones del negocio, la gente que ha levantado la moral de la tropa gracias a triunfos como 'Nemo' o 'Monstruos SA' reconoce el talento de sus pioneros, que en un Hollywood muy distinto, ingenuo y carnívoro a partes iguales, inyectaron combustible a un pato malhumorado y a un perro tontiloco, por más que ciertos odiadores, tan sesudos como faltos de humor, destilen sobre Disney el pecado de haber antropomorfizado los animales.
"Las películas de Disney abrieron mis ojos al hecho de que no eran unos dibujos animados cualquiera, sino un superior artísticamente", comentó Ward Kimball quien, junto a Johnston, Les Clark, Frank Thomas, Wolfrang Woollie Reitherman, John Lounsbery, Eric Larson, Milt Kahl y Marc Davis hicieron de la animación un mundo sobresaltado donde los grillos hablaban al oído de niños tallados en pino y las escobas bailaban. Dada la perspicacia de que quienes los despreciaron también desdeñaban a John Ford y Alfred Hitchcock, concluiremos que lo suyo fue histórico, alquimia pura.
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