09 diciembre 2009

Pesismista Militante, Onetti por Hermenegildo Sábat

Juan Carlos Onetti por Hermenegildo SábatHermenegildo Sábat acaba de publicar en un libro veintidós retratos que él mismo ha definido como "una interpretación gráfica de Juan Carlos Onetti". Por tal motivo, la Revista Ñ publicó en su edición digital una nota que reproduzco a continuación:

Da escalofrío, pero un escalofrío especial, un regocijo, mirar estos retratos que Sábat hace de Juan Carlos Onetti. Aquí no funciona sólo el retrato: hay un hombre que mira a otro, y del encuentro de ambas miradas nace un coloquio que el lector percibe como el más cálido abrazo del que está hacia el que ya se despidió mirando. Y da regocijo, en primer lugar, porque este de Sábat es también el Onetti que uno habría soñado encontrar en los años en que el autor de El pozo no era aún, técnicamente, un pesimista militante. Y es, también, el Onetti verdadero, il vero Onetti, que diría su hijo Jorge. Dice Omar Prego Gadea –que sabe tanto de esa mirada– que el título que Menchi Sábat ha puesto a su libro es uno de los grandes aciertos. Es verdad; aparte de los dibujos, que son magistrales, ese subrayado le va a Onetti como si él estuviera escribiendo la autobiografía de su mirada. Hay un cuento suyo, "El infierno tan temido", que da escalofrío (escalofrío del malo, lo contrario del regocijo) porque representa a Onetti contando el destino, y lo hace entre los nubarrones negros de los celos y la venganza. Ese Onetti es el que forma parte de la otra mirada, la del pesimista activo y militante, el que sabe que todo va a acabar mal, y que incluso cuando acaba bien es tan sólo provisionalmente.

Pero me gustaría ir por partes. Ese regocijo que uno siente leyendo los retratos de Sábat proviene de la exactitud de la mirada con la que este genio ha mirado al otro; le conoce profundamente, y no sólo como un lector, como un amigo o como un paisano, sino como un poeta, es decir, un ser intuitivo capaz de encontrar en una mirada, la mirada del primer Onetti, la autobiografía de una ansiedad. Ese Onetti que aparece en los primeros dibujos, el Onetti elegante, estilizado, flaco, dotado de un especial poder de seducción, ya representa en esa mirada el gramo de soledad y de extrañeza que va a generar ese otro Onetti que decide, de pronto, que estar es despedirse. Su evolución, que es casi una evolución histórica o literaria, queda, en las manos de Sábat, como la crónica de una disolución; como aquella célebre canción argentina, se le está haciendo la noche en la mitad de la tarde, y a veces parece que no quiere volverse sombra, "quiero ser luz y quedarme".

Conocí a Onetti en varias etapas de su vida; en los años setenta aún estaba de pie, extrañado, pero de pie; caminaba como si le pesara el mundo; años después, a principios de los noventa, sentí como que recuperaba el ánimo, paradójicamente; alcanzó, desde su cuarto en la avenida de América, esa lucidez tranquila que le hizo, también, acostumbrarse a ese peculiar destierro al que lo condenó Uruguay. Entonces Onetti se incorporaba en la cama, daba unas caladas a su cigarrillo perenne y se tomaba unos tragos de vino o de whisky que Dolly le aguaba con la delicadeza con la que ella fue dibujando los contornos de ternura que también tuvo el genio. Ese Onetti está también aquí: lúcido, risueño casi nunca, siempre mucho más cáustico consigo mismo que con los otros, y pesimista, un militante pesimista. No había, decía, razones para esperar algo mejor; en esos dibujos del Onetti de los primeros años Sábat lo ve como un ángel, ansioso porque acaso le aguarda el porvenir que ya ha visto en las garras de la vida; y ese joven que fue a la playa, buscó alegría y encontró la noche, es súbitamente ese ser que fuma compulsivamente y mira como si el espejo le fuera a devolver una angustia que ya sabía él que estaba ahí, aguardándole como un espejo roto.

Es una sucesión de retratos que conmueve; a Onetti lo ha salvado el tiempo, él no se lo hubiera imaginado. Y si un día, que no ocurrirá, hubiera sobre su obra una manta de olvido, tan sólo la mirada que obtuvo de él Sábat daría noticia a la posteridad de un hombre que, mirando, hizo un relato; Sábat lo ha visto, ha recorrido por esos ojos lo que Onetti decía cuando estaba callado. Lewis Carroll tiene esta frase: "Me gustaría saber de qué color es la luz de una vela cuando está apagada". Pues el color de la mirada de Onetti está, y no busquen más, en estos dibujos de su amigo Menchi.

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